La conformación de estereotipos de género

Las familias transmiten a las personas que las componen su modelo de relación y su sistema de valores mediante lo que se conoce como proceso de socialización, un proceso que dura prácticamente toda la vida pero que tiene una mayor influencia en los primeros años, a través del cual, las personas asimilan y hacen suyos los elementos culturales y sociales que favorecen y garantizan su adaptación e integración a la sociedad a la que pertenecen.

Este proceso de socialización o de “normalización” de la personas al modelo social, tiene como una de sus claves principales la pertenencia a uno u otro sexo. Tomando como punto de partida este hecho biológico, se asignan modos de compartimientos y aptitudes diferentes para las mujeres y para los hombres y se regulan las relaciones entre los sexos; todo ello en función de las creencias y consiguientes expectativas que el modelo tiene respecto de unos y otras.

El conjunto de conductas y características psicológicas y emocionales atribuidas por una sociedad a los hombres por un lado y a las mujeres por otro, da lugar a lo que se conoce como estereotipos de género. Estos estereotipos actúan a modo de etiquetas identificativas asignadas e impuestas, y cuya consecuencia directa es que limitan las posibilidades de elección de las personas.

Una de las características principales de los estereotipos en general y, en particular, de los estereotipos de género, es que son rígidos y presentan una gran resistencia al cambio al estar instaurados en el conocimiento social y colectivo que se conforma cotidianamente y a través incluso de generaciones.

Algunos ejemplos claros de lo que se construye como estereotipos se ubican en situaciones como las siguientes:

1. A un varón que llora se le dice “los hombres no lloran” o “pareces niña”.

2. Se hacen serias diferencias del papel de un hombre y una mujer ante un mismo hecho: “las mujeres se cuelgan del teléfono, los hombres hablan por teléfono” o bien “las mujeres se encierran en el baño, los hombres van al baño”.

En el caso de las mujeres los estereotipos sobrevaloran las tareas reproductivas y la maternidad (naturales) y se ligan a atributos como altruismo, asistencia y abnegación por el cuidado de los integrantes de la familia, como si fuese la única con posibilidades de desarrollarlas y limitando con ello la falta de oportunidades de las mujeres, dada la sobre carga de tareas domésticas.

Por otro lado a los hombres se les educa en la represión de sus emociones, y la solución violenta de los conflictos exponiéndolos incluso a un mayor riesgo; y por otro lado se les vincula directamente como proveedores económicos y con espacios de autoridad y poder.

Esta recurrencia en la asignación marcada de una visión estereotipada, las personas se ven impulsadas a desempeñar tareas y funciones consideradas propias de hombres o de mujeres, por el mero hecho de pertenecer a uno u otro sexo. A estas tareas se les denomina roles de género, que se pueden definir como aquellas conductas o actividades que se atribuyen como propias en base al sexo de las personas.

También de ellos podemos señalar algunos ejemplos sobre estos roles. En el caso de la mujer se le ubica en funciones asistenciales: enfermera, educadora, secretaria, y difícilmente se le ubica en espacios como la carpintería, la mecánica, o la topografía entre otros.

En ninguno de los casos podría decirse que las mujeres o los hombres están incapacitados para poder desarrollar todas las funciones mencionadas, sin embargo, la construcción social de los roles no los asocia de manera distinta.

Con el aprendizaje y desempeño de los roles de género, las personas van construyendo su identidad de género, es decir, se identifican mental y psicológicamente con lo “femenino” o con lo “masculino” que será el punto de partida de las formas de ser, sentir y actuar en la edad adulta (FUNDACIÓN MUJERES.. Módulo de sensibilización y formación continua en igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres para personal de la Administración Pública. Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. Instituto de la Mujer Madrid, España. 2007).

La determinación de los estereotipos y roles de género traen consigo una serie de consecuencias, la primera es que condicionan las expectativas de escenarios futuros de las personas y con ello coartan y limitan su derecho y capacidad para elegir libremente la orientación de su desarrollo personal y profesional. Por otro, y tal vez la más grave de las consecuencias, radica en que este sistema de roles y estereotipos se traduce en desigualdades entre hombres y mujeres en su participación en la sociedad; estas desigualdades afectan, en general, a las mujeres de forma negativa al resultar la actividad principal asignada (cuidado de terceras personas) de menor valor social que las tareas asignadas a los hombres.

Estas desigualdades se traducirán en procesos discriminatorios y en una menor posibilidad de desarrollo, independencia y autonomía de las mujeres en relación con la posibilidad de crecimiento de los hombres.

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